LITERATURA Y CAFÉ

Hace ya algún tiempo que no me siento a escribir. Ideas no me faltan, pero he estado distraído con otras ocupaciones; para ser sincero estoy procrastinando, lo que no superaré si no lo reconozco abiertamente. Es cierto que tengo otras actividades en qué ocuparme, pero también es cierto que debo ser disciplinado, que debo destinar un tiempo a escribir y aunque el planeta se destruya yo estaré escribiendo. En fin, el caso es que hoy lo decidí. Esto no puede continuar, escribiré sin pausa, sin distracción ni descanso, hasta que las teclas se desgasten y mis dedos ya no tengan sensaciones; hasta que las palabras no sean suficientes y ya después veremos qué hacer. Corregir el texto. Es lo primero, corregirlo… No, guardarlo, hay que dejarlo reposar, es cierto que necesita un período de reposo, pero no así, en bruto. Debo hacer una primera corrección y al cajón, un tiempo. Dos, tres meses, con eso será suficiente para un relato corto. Después lo sacaré, lo puliré, lo enviaré a los lectores beta, y a corregirlo de nuevo. Cuando esté listo verá la luz pública.

En fin, ya está todo listo, a iniciar. ¡Un momento! ¡Me falta algo! ¿Cómo puedo sentarme a escribir sin mi café? ¿En qué estoy pensando? Tranquilo, a la cocina, a buscar la taza, servirse el café y de nuevo a enfrentar la terrible página en blanco.

Las ideas empiezan a brotar, la emoción se abre paso, las palabras comienzan a despertar, los dedos se desentumen, el teclado está listo, la pantalla sonríe esperando cada golpe de tecla con avidez. A lo lejos suena una campana, es domingo, lo fieles son llamados a misa, los demás a lo suyo, y mis manos a la obra.

Ya llevo algunos párrafos, el texto va fluyendo. El teléfono suena, lo ignoro, no quiero que nada me distraiga. En realidad, debí ponerlo en silencio, lo olvidé, pero no importa, sólo no debo prestarle atención. El mundo empieza a desvanecerse, la máquina del tiempo, o es la máquina de la imaginación, no sé, no importa, una está funcionando y las palabras se deslizan, la página se va llenando, lo blanco se está convirtiendo en una imagen, un escenario en el que el protagonista hace lo suyo. No sabe que es mi creación, piensa que tiene libre albedrío, que es dueño de su voluntad. No cree en nada ni en nadie, es materialista totalmente, sabe que es producto de miles de años de evolución y su arrogancia lo hace creerse el dueño de su destino. Desde afuera lo observo, decido su camino, le pongo obstáculos, lo hago sufrir, arriesgarse, perder, avanzar un poco para luego retroceder más. Se pregunta qué está haciendo mal, qué debe corregir, qué tiene que reforzar. Como no sabe que yo lo manejo cree que lo que le sucede es consecuencia de sus actos. Analiza todo con frialdad, no entiende qué salió mal. No es posible, todo estaba planeado. ¿Por qué no resultó? Conoce muy bien a la gente con la que convive, es muy astuto, muy inteligente, muy analítico y tiene una memoria prodigiosa. Si le gustara el ajedrez sería un Gran Maestro Internacional muy pronto, pero a pesar de todo eso, de manipular a las personas, de calcular bien los movimientos, su plan no funcionó. Como si hubiera una mano detrás que, en el último momento, decidió que debía fracasar. No es posible, todo estaba funcionando como reloj suizo, de los de antes, de los mecánicos, esos que enorgullecían tanto a los suizos antes de que los japoneses inventaran los de cuarzo.

Sin encontrar respuesta a sus preguntas, pero resuelto a intentarlo de nuevo, se va a la cama. Tiene que descansar, mañana será un día duro, hay que corregir los errores, hay que enfrentar las consecuencias del fracaso y empezar desde cero. Necesita dormir, recuperar energías. Necesita que el amanecer lo sorprenda ya de pie.

Una plácida noche de descanso llega a su fin, el sol se encuentra cerca del horizonte, en breve su sonrisa iluminará el paisaje, su calor disipará la modorra y la ciudad comenzará sus actividades de cada día. El personaje está ya de pie, fresco, lleno de energía, con sus zapatillas de correr bien atadas, en sus audífonos se escucha rock mientras sus pasos lo llevan veloz sobre el asfalto. El sistema nervioso es una maravilla, está corriendo mientras repasa su plan, analiza cada detalle, cada minucia, con una precisión digna de un genio. Una y otra vez pasa por su mente el proceso, mejorado, infalible. Esta vez todo saldrá bien, pues no hay nada al azar. Tiene el control de todo y de todos. No va a fallar. Murphy aprenderá que su ley no es más que un mito. Él lo va a demostrar.

Cinco kilómetros después está listo para una ducha, un desayuno con proteínas, un buen café matutino y a iniciar el día. No importa que se caiga la luna, que se enfríe el océano, el plan no se detendrá, nada lo puede desviar de su meta. Esta vez resultará.

En verdad que así será. No lo sabe, pero en mi proyecto esta vez debe triunfar, es importante para la historia. El capítulo está por terminar y debemos iniciar el siguiente. El día transcurre sin contratiempos, todo está saliendo como lo planeó. Va a conseguir lo que pretende. Con cada hora que pasa su confianza se acrecienta. Discretamente observa a la gente, analiza, su rostro no puede disimular una sonrisa de satisfacción. Es hora de un bocadillo, no sucederá nada malo mientras se toma los alimentos del medio día. Algo simple, un sándwich de carne, un refresco de la máquina expendedora de la entrada y un pedazo de queso. Suficiente para aguantar mientras llega a casa. Todo se desarrolla sin contratiempos, piensa entre mordida y mordida. Esos que creen en el destino no saben que yo puedo controlarlo, que es cuestión de un buen plan, conocimiento profundo de la naturaleza humana y un poco de paciencia para controlar el destino de los demás. Esas ideas que anidan en su mente serán reforzadas por el resultado de sus planes, pues ignora mi existencia, pero necesito que se salga con la suya.

Llega la noche, todo salió a pedir de boca. Ahora sólo queda dormir tranquilo, descansar plácidamente y a la mañana siguiente cosechar el resultado de su esfuerzo.

En realidad, es imperativo que así suceda. La historia no puede avanzar si él no consigue hacerlo. Es parte fundamental de la obra. 

El sueño no tarda en llegar, la satisfacción de haber conseguido el objetivo es un excelente somnífero. La calidez de la noche lo abraza. Un débil rayo de luna se desliza en silencio por la habitación, como enviado por los dioses para contemplar la imagen del éxito.

No puedo esperar que la mañana lo despierte, así que lo hago con un truco literario. Quiero ver su cara de satisfacción cuando coseche las mieles del triunfo. Un mosquito se cuela en el espacio aéreo de la cama donde reposa nuestro protagonista, alertado por su respiración pausada empieza a cantar una melodía junto a su oído. Suficiente, ya se empieza a inquietar. Con una mano intentó alejar al intruso, pero todos sabemos qué tan insistentes pueden ser esos dípteros, aunque sean muy pequeños.

Ya despertó, enciende la lámpara que está sobre el buró y mira ese magnífico reloj electrónico que se compró por internet. Las cinco de la mañana, le quedaba media hora más de sueño, sin embargo se siente bien. Está contento, así que se levanta y en veinte minutos está saliendo a correr. Como es un poco más temprano que de costumbre el paisaje le parece desconocido, pero sonríe y empieza el ejercicio. Su mente se ha deslizado hasta el lugar donde guarda sus planes y la evaluación de proyectos. Está disfrutando su triunfo, sabe que le costó días de planeación, de observación, de búsqueda de información. Mas todo eso valió la pena, es el momento de paladear las mieles del éxito. Solo faltan un par de horas para subir al podio de los vencedores.

Cinco kilómetros, es la distancia correcta, no tiene intención de prolongar más la jornada. Un buen baño, el desayuno, un café negro, las noticias del día y la sonrisa permanente como le corresponde al que va a recibir el fruto de su esfuerzo.

Las palabras siguen fluyendo en la página, desarrollando la historia. Él sigue creyendo que todo es producto de su capacidad y esfuerzo, de su inteligencia y disciplina, que nadie decide su destino. Mis dedos se deslizan sobre el teclado. La historia está avanzando, va por buen camino. Eso de escribir es un placer, me permite decidir el destino de otros sin levantarme de mi asiento.

Conozco el resultado de toda su operación, incluyendo puntos y comas, todo lo tengo proyectado. Es cuestión de seguir un poco más. Un sorbo de café y nuevamente sobre el teclado, otro sorbo de café… ¡Un momento! Hay que ir por más café. La taza está vacía. No hay problema, me levanto, tomo mi taza y me dirijo a la cocina. No hay café en la cafetera, está vacía. Recuerdo que al servirme hace un rato pensé en preparar más, pero las palabras se aglomeraban en el teclado, en los dedos, así que debí olvidar preparar mi aromatizada infusión.

Mis dedos buscan el recipiente del café, ya lavé la cafetera, le puse agua, está lista, pero el golpe es casi mortal. No hay café, se terminó y no lo registré. Hoy no puedo preparar más café. No es posible escribir sin café. El café es mi gasolina, mi inspiración, mi musa.

Mis dedos se estremecen, ahora qué va a suceder. Sin café no hay escrito que aguante un par de palabras más. Me siento frente al computador, acerco mis dedos temblorosos al teclado y las palabras empiezan a fluir mientras mi mente me grita: ¡No hay café!

Él es ajeno a mi desgracia, está en camino a la oficina. Hoy es el gran día, va a cosechar lo que sembró. Su plan funcionó. Es increíble, él tan contento y yo sin café. De pronto el auto empieza a moverse de forma extraña, como si se deslizara de un lado al otro. Los edificios se balancean, la gente se apresura a buscar un lugar seguro donde protegerse de todo lo que puede caer. Una grieta se abre delante de su auto, apenas alcanza a frenar. Un vehículo se le estrella en la parte posterior, se baja. No puede creerlo, es el temblor más intenso del que se tenga memoria. Mira algunos edificios desplomarse a su alrededor, se dispone a refugiarse en el centro de la calle y un autobús sin control lo avienta sobre un taxi, donde queda prensado, sin vida.

No es posible, se terminó el café. No se puede seguir escribiendo si no hay café.

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